Tony
Tony
empujaba sin parar dentro de la mujer que tenía de espaldas frente a él. Ni
siquiera había tenido que bajarle las bragas; le había subido la pequeña
minifalda elástica negra y tan solo las había apartado a un lado, al descubrir
que la joven estaba tan empapada como una hembra en celo. El sudor le recorría
la cara y estaba a punto de correrse, lo tenía claro. Aquella tía, de la que ya
no sabía ni su nombre, estaba resultando ser un polvazo. Sus gemidos, mientras
se afanaba en apretar los duros pezones que sobresalían por el reborde del
encaje del sujetador, que había medio bajado de un tirón, le estaban poniendo a
mil, allí, en el retrete de un cochambroso bar perdido de la mano de Dios,
donde estaban los dos de pie, contra los fríos y sucios azulejos del baño.
Bajó
su mano derecha y realizó una experta fricción en el clítoris de la joven,
mientras la embestía sin parar. Surtió el efecto deseado y esta chilló de
placer mientras su grueso pene recibía los escandalosos espasmos de la vagina
que, involuntariamente, se contraía debido al orgasmo. La joven intentó girarse
para besarlo, pero él se lo impidió sujetándola fuerte por el pelo y girándola.
No le gustaba besar; más bien no quería besar… y se dejó ir con un fuerte orgasmo
que lo dejó más que satisfecho y aliviado, mientras se dejaba caer sobre la
espalda de la joven que no podía dejar de jadear todavía.
—¡Oh,
Tony! —exclamó la joven afectada—. ¡Ha sido maravilloso!
Intentó
girarse de nuevo ahora que ya habían acabado, pero él, de nuevo, se lo impidió.
Necesitaba recuperar el resuello antes de enfrentar a aquella mujer.
—No
ha estado mal —expresó él sin mucha efusividad, mientras se apartaba un tanto
de ella para que ambos pudiesen acomodar de nuevo sus ropas y salir de aquel
baño cutre y sucio.
—Tranquilo
—dijo ella intentando recuperar el ritmo cardíaco y girándose de una vez por
todas—. Sé muy bien lo que eso significa.
Tony
levantó la mirada sorprendido, mientras se retiraba el preservativo y limpiaba
el miembro con un clínex, terminando de vestirse y subiendo la cremallera de su
vaquero.
—¡Vaya!
Me alegro de que los dos estemos de acuerdo —argumentó sin más preámbulos.
La
joven torció el gesto todavía con la mirada perdida. ¡No estaba de acuerdo! ¡Ni
mucho menos! Pero no era tonta y sabía perfectamente lo que aquellas palabras,
junto con aquellos gestos, significaban. Con todo el orgullo que fue capaz de
reunir en un momento como aquel, terminó de colocarse la minifalda y salió del
baño con un “ha sido un placer”, desapareciendo así de la vista de Tony, que
salió de aquel cochambroso reducto para lavarse con agua fresca las manos y la
cara.
Al
incorporarse del lavabo con desgana, su semblante se reflejó en el pequeño y
manchado espejo, mientras se apoyaba derrotado en el lavabo. No es que él
quisiese que las cosas fuesen así, pero su estilo de vida así lo requería.
Tenía necesidades básicas, como todo el mundo, y necesitaba desahogarse de vez
en cuando. Pero no quería relaciones ni ataduras. No se lo podía ni se lo
quería permitir. Odiaba ser el tipo amable y simpático delante de las posibles
presas para sus más bajos instintos, para después convertirse en el tipo frío y
duro que realmente era y poder así librarse de ellas.
Volvió
a mirarse en el espejo y se dio asco a sí mismo al pensar en quién era y en
quién pudo haber sido, si las circunstancias de su vida hubiesen sido
distintas.
Se
volvió y salió de allí para regresar a su casa, ahora que ya había cumplido con
su objetivo.